Comedores sociales y repartos solidarios, la última parada de los alimentos donados: “Lo están pasando mal, la situación es dramática”
- “Nunca pensé que iba a encontrar esta situación tan difícil”, explica a 20minutos uno de sus beneficiarios.
- Banco de Alimentos ha lanzado hoy la campaña ‘Gran Recogida’ que intenta paliar la inseguridad alimentaria.
“Vine a este país a luchar. La situación es muy dura, pero gracias a este comedor tenemos alimento diario”. Es uno de los refugios de Vallecas a los que Jaime Rentería acude para sobrevivir a su complicada situación de escasez alimentaria. Él es pintor artístico, llegó a Madrid desde Colombia hace cinco años y ahora se ve obligado a vivir en la calle y comer de la caridad. Como Jaime, otras 2.000 personas, 300 diariamente, esperan su turno en una larga cola con un tupper en la mano para recibir su menú en el Comedor Social Santa María Josefa. Madres de familia, trabajadores nativos o inmigrantes en situación irregular. Cada uno con sus circunstancias, pero todos agradecidos de la misma acción solidaria.
La Obra Social vallecana es una de las 6.500 organizaciones benéficas que en España reciben sustento de los Bancos de Alimentos, que ayudan cada año a más de un millón de personas en todo el país a tener seguridad alimentaria. La fundación —que este martes ha lanzado su campaña de llamada para voluntarios que ayuden en la Gran Recogida prevista para el 22, 23 y 24 de noviembre— lamenta que la cantidad de donaciones y ayudantes llevan varias ediciones en mínimos. Una menor colaboración que en los últimos años se ha traducido en menor (y peor) comida para quienes más la necesitan. En las entrañas del comedor social madrileño, 20minutos muestra la difícil situación que viven cientos de personas, la utilidad de cada kilo donado y una escasez de suministro que parece no tocar fondo.
A las puertas del comedor se encuentra el colombiano Jaime. Tiene el número 1.662 del comedero, vive en la calle y achaca su tesitura a una falta de “voluntad” de la Administración para apoyar a los extranjeros. “Nunca pensé que iba a encontrar esta situación tan difícil aquí, uno se levanta a las 6 de la mañana y ve a mujeres y hombres durmiendo en las calles, en los andenes…”, condena.
El latino dice sentirse muy agradecido del “trabajo enorme” que realizan donantes y voluntarios del comedor. “Aquí he encontrado un gran apoyo para establecerme como inmigrante. Todos los días cuando llego a mi ranchito [el lugar donde habita, en un parque cercano] yo digo: ‘Dios mío bendice las manos de esos voluntarios porque el trabajo que tienen es bien grande”, gratifica.
“Una labor única”
En similar situación se encuentra José David, que atiende a este periódico dentro del comedero. Hace tres años aterrizó en la capital, también desde Colombia, con un objetivo claro: construir una nueva vida con su labor de divulgador ambiental. Pero su situación de irregularidad, dice, le ha llevado a “trabajar en el sector del mantenimiento” y a “buscar otras opciones” para dormir ante la apretante situación de acceso a la vivienda.
En este momento carece de recursos económicos suficientes para cubrir sus necesidades básicas alimentarias y agradece la labor del centro social, “donde se ayuda a las personas vulnerables”. “Los voluntarios y donantes están haciendo una labor única, sin esa labor el mundo estaría aún más colapsado y congestionado. Esos aportes que da toda esa organización, empresas y personas de buena voluntad es crucial para ayudar a suplir nuestras necesidades”, zanja.
Dentro del comedor también se encuentra Miguel, de 58 años y nacionalidad española. Trabajó de camarero en un restaurante de la capital antes de la pandemia, pero este tuvo que cerrar arrasado por la crisis sanitaria, y, desde entonces, no encuentra trabajo. El motivo, explica: una “moda por contratar a personas jóvenes”. Miguel ingresa una ayuda pública de 480 euros al mes, 300 de los cuales destina al alquiler de una habitación. El problema, señala, es que las oportunidades de trabajo que recibe son temporales y ofrecen remuneraciones inferiores a la cuantía que le proporciona el Estado. “Estoy cobrando la ayuda, yo quiero trabajar, pero en el momento que haga un trabajo de una hora, de dos, de tres, se me paraliza”, denuncia el camarero
El hombre, que ha renunciado a mostrar su rostro, destaca a este diario el “golpe de realidad” que recibió cuando tuvo que vivir en la calle durante cuatro meses y acudió por primera vez al comedor: “Me ha costado un montón. Para mí esto era un mundo. Hay mucha gente que ha estado trabajando, pero por circunstancias de la vida está en la calle. Y se les trata como si fuesen pordioseros, te miran con desprecio como si estuvieras robando algo. No, perdona, estoy aquí por necesidad, no por otro motivo. Ojalá encuentre trabajo”.
Solidaridad para llenar la cesta de la compra
Además de entregar comida preparada en su comedor de lunes a sábado, la organización católica reparte alimentos a 135 familias que acuden un día a la semana, a elegir entre martes o viernes. Arroz, pasta, frutas, verduras, pollo o carne son algunos de los productos más entregados, aunque no siempre disponen de ellos.
Allí acude con frecuencia Karen Salinas, madre de un niño de cinco años y embarazada de su segundo hijo. “En mi situación, mis recursos son un poco más reducidos y si pido trabajo simplemente me dicen que no, no se atreven a contratarme estando embarazada y, fuera de eso, creo que igualmente sería complicado por el tema de los documentos… piden mucha documentación”, lamenta la colombiana de 27 años en referencia a la burocracia para acceder al mercado laboral y evitar así trabajar en negro.
Karen llegó a España hace solo un año y dice sentirse muy agradecida de la ayuda recibida para dar de comer a sus hijos: “Acudí al comedor hace unos 4 meses y desde ese momento han sido muy buenas personas conmigo. Me acogieron, me han ayudado con alimentos, con ropa, alguna petición en particular… ellos siempre me han tendido la mano”.
Giselle, procedente de República Dominicana y originaria de Argentina, pasea dos carros llenos de alimentos a su salida del reparto, en la calle Encarnación González de Vallecas. “Ha sido excelente”, dice sobre la acción solidaria, “porque nos han sacado mucho de un apuro, nos han ayudado bastante”. También llegó a España hace un año, es madre de cuatro hijos -dos de ellos están en Latinoamérica-, y coincide con Karen en la causa de su ajustada situación económica: “No tenemos trabajo por los documentos”.
Dos denominadores comunes se perciben en las respuestas de beneficiarios y voluntarios: existen severas dificultades para quienes llegan a España desde otros países, aunque hay esperanza en encontrar solvencia económica. Moisés, que llegó al país hace unos años, explica que “casi todos [los inmigrantes] no tienen empleo, viven en habitaciones y esto les sirve bastante de ayuda”.
Ahora, afirma estar cerrando una etapa de complicaciones y abriendo una nueva más esperanzadora: “Yo no tenía trabajo, después logré uno a media jornada, y ahora ya me estoy estabilizando, gracias a Dios tengo un trabajo y puedo tener los recursos necesarios para mi casa”. Moisés calcula ilusionado que “dentro de un mes” ya no necesitará acudir al reparto de alimentos y expresa feliz que podrá pagar “por su cuenta” los gastos de su familia.
“Una situación dramática”
La Obra Social Santa María Josefa es uno de los puentes entre los alimentos donados y los beneficiarios. Sor Miriam, superiora y directora de esta comunidad, es la que mejor conoce la situación general que se vive allí: “Hay mucha gente en la calle, se están cometiendo muchos robos, la gente lo está pasando muy mal, no llegan a fin de mes. Ayudamos a 135 familias con menores y sin recursos. Y no estamos hablando de algo que nos imaginemos. Nosotros pedimos una serie de documentación que realmente avala cuáles son sus ingresos, sus necesidades y hasta dónde llegan a cubrirlas. Y realmente no llegan a las necesidades básicas de la vida diaria”.
La profesa, que se halla en contacto con la Administración para tratar esta situación, desea que “se afloje un poquito la cuerda ante situaciones tan complicadas y tan dramáticas”. Pero la cuerda aprieta cada vez más, lamenta la superiora, que destaca “un aumento” del número de personas que llegan al comedor y a las entregas de comidas, especialmente desde la pandemia.
Es lunes, centenares de personas reciben un menú de queso, lentejas y un postre, y decenas de ellas se dirigen a Sor Miriam para pedirle otro plato de comida para repetir o un enchufe para cargar el teléfono. Otros solicitan distintos servicios ofrecidos por la Obra Social: peluquería, ropa, asesoramiento jurídico o atención laboral. El constante reclamo a la superiora, ocupada en casi todo momento, y las permanentes entradas y salidas de personas evidencian la demasía de las necesidades básicas sin cubrir. Un elevado número de necesitados cuya tendencia va al alza y que convive con otro cambio muy inconveniente: la llegada de alimentos está en descenso.
“Falta de todo”
Bajando las escaleras desde el comedor se llega al almacén de la Obra Social, que recibe suministro de distintas donaciones. Nada más bajar, Sor Miriam recuerda con nostalgia cuando, hace un lustro, el almacén estaba lleno de comida (y más variada). “Nosotros teníamos todo esto lleno de comida, y ahora está vacío. No hay más comida que esta. No hay más. Lo que veis”, cuenta con impotencia la superiora mientras señala alguna de las estanterías con escasos productos.
La Obra Social ha estado dos semanas sin recibir verduras y en la nevera solo hay yogures, cuando antes de la pandemia tenían raciones de segundos platos como carne o pescado. Antes daban una caja de galletas entera para cada familia, ahora solo un rulo para cada dos personas. Antes daban 1 litro de aceite por persona y mes, ahora solo uno por familia. Antes entregaban un litro de leche por cabeza, ahora uno para cada dos. Antes hacían “reparto de familias” todos los días, ahora solo una vez a la semana para cada una. “Madre mía, ahora lo pienso y digo: ‘Madre mía”, expresa nostálgica la superiora.
Sor Miriam destaca el aumento de los precios y la supresión del Fondo de Ayuda Europea para las Personas Más Desfavorecidas (FEAD) a su comedor social como principales causas del descenso en la cantidad, calidad y variedad de la comida. Por ello, pide que pequeños y grandes donantes se vuelquen con la solidaridad en la medida que puedan, a la vista de que solo con 22 kilos de lentejas han podido comer 300 personas en el comedor: “Les pediría que que abran la mente y el corazón, que se dejen tocar por la necesidad del hermano que tiene mucho menos y que abran las manos para dar, que compartan, porque siempre que se comparte, se multiplica”.
25% menos de donaciones
Una de las organizaciones que aporta suministro a este centro es la Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal), que distribuye a más de 6.500 organizaciones benéficas. Con el lanzamiento de la Gran Recogida, se busca revertir la tendencia a la baja de las donaciones, ahora que más personas necesitan de estas contribuciones. “Las donaciones están bajando aproximadamente un 25% este año, cuando ya venimos de un entorno de caídas similares en los dos últimos años“, desvela a este periódico Francisco Greciano, director del gabinete técnico de la fundación.
Greciano matiza que, pese a la caída de donaciones, hay esfuerzos para mantener unas entregas estables mediante la recuperación de alimentos a través de otras fuentes como programas contra el desperdicio alimentario. Además de recibir menos aportaciones de los donantes, hay dos factores más que han contribuido a la caída del suministro y distribución de los bancos: el encarecimiento de los precios y la supresión del FEAD a esta entidad. Greciano señala además que la reducción del IVA en alimentos básicos “no ha tenido un efecto sobre las donaciones”.
Para mejorar esta situación hace falta un mayor aporte por parte de los donantes, pero también una mayor colaboración de voluntarios. La federación aspira a atraer a 90.000 en esta edición, mismo objetivo que el año pasado, cuando alcanzaron los 80.000. Los voluntarios son clave para la recogida, “un elemento fundamental tanto para la captación de producto como para la donación económica”.
Cada hora invertida y cada kilo donado tienen un efecto en las vidas de miles de personas. Jaime, José David, Miguel, Karen, Giselle y Moisés son solo seis ejemplos del millón de beneficiarios que carecen de recursos para poder alimentarse, y la Obra Social de Vallecas es solo una de las miles de organizaciones benéficas que se vuelcan con este gesto solidario. Es solo la punta de un enorme iceberg que cada vez se hace más grande.